Permíteme un asombro
un caracol en el rostro
que sorprende
He ahí una mujer a
quien amar
-proclama un brillo una
sangre
quizá un sueño-
Así,
sin acabarse el mundo
mi pecho se abre en
lumbres
y ama,
abrázame mientras
escribo.
¿Qué palabra o cometa
transformará el iceberg
más hermoso
en dos cuerpos que
nunca se miran desde la espalda?
Dime, mujer a quien
amar, pero abrázame
¿qué cristal o acero
–mágico por la longitud de un beso-
lucirá esa tibieza de
la carne
que un ruiseñor
convierte en seda?
Y en este azar -que último
presiento-
donde soy tan joven como una flor que delira con sus colores
dime, mujer a quien
amar,
si estás pensada para
soñar en mis ojos.
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