lunes, 24 de noviembre de 2014

Diálogo con Lorca que amó la barba de Whitman



Y surgirán mis dedos como tempestades
tras ese erizo hermoso
que parece un lamento inaudito,
incendiando brisas
donde los mares esconden soledades
engendradas por una pena como de hierba recién segada.

¡Ay, Lorca, crines de ceniza poseía tu muerte!

Y sigo,  allí,  entre pies ya antiguos de naufragios
exclamaré: amadme, pues amo vuestras caderas
que poderosas al conocerse en mis labios
bailarán hasta que las ramas se duerman
con la vena de una amapola sangrando en los dientes.

¡Ay, Lorca, cuántas palomas en tu garganta!

Cuatro manos posaré sobre vuestro aliento hecho gemido,
nunca menos de tres aunque sólo contéis dos,
y agotaremos la eternidad por caricias satisfechas
aferrados a la carne que todo lo goza con ojos transparentes,
un ruiseñor marcará el latido del mundo
mientras las voces imitando a un piano gritarán:
qué primavera oír la canción de otro pecho en un beso.

¡Ay, Lorca, cómo amaste a Whitman en Nueva York!




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