martes, 29 de enero de 2013

La Fotografía


Ayer me encontré una fotografía tuya en un cajón de la mesilla que habíamos bajado al trastero. Estaba junto a veinte poemas falsos, un relato tan corto que más bien era escaso y un gajo seco de mandarina que desprendía más amor que tu mirada.
El perro al verte se meó sobre el parchís para seis jugadores que me habías regalado en un aniversario de boda. Siempre has tenido un efecto devastador en mi familia.

No habías envejecido. Tu comportamiento con la edad resulta  insultante. Hasta las arrugas te huyen. El otro día me encontré tres en un paraguas; eran tuyas, estaban mojadas y tiritaban de frío. No tuve más remedio que acogerlas con cariño. Una se me depositó en la frente, quizá no quede bonito pero cuando la miras parece que estoy pensando; con lo que tú odiabas que yo pensara. Las otras dos eran más tímidas y no querían separarse así que eligieron el cuello. Ahí tienen tantas amigas que una noche estuvieron a punto de hacer un botellón. ¡Chiquillas!

De repente una gota cayó desde el techo sobre tu ojo izquierdo. El color mar de tu iris ganó en realismo pero te obligó a mirarme de un modo estrábico. Con la cuarta gota oí un gemido, no sé si era el perro que se reía o que tú empezabas a ser consciente de tu mirada picassiana.

Siempre habías tratado a aquella gotera con desdén. Yo no debía interponerme en venganzas personales, así que cerré la puerta del trastero y os dejé discutiendo.

En la calle hacía un día precioso, a pesar de la lluvia.


sábado, 26 de enero de 2013

Despedida


Hoy me despido de ti que no te conozco, que ni siquiera hemos coincidido en las cloacas del deseo apurando ese último charco que nos salpicó a los brazos de Whitney Houston cuando aún no había empeñado su alma por un mal tono. De ti, que sonríes presumiendo de olor a azahar ignorando que lo que llevas en el ojal son crisantemos robados de tu propia tumba.

Hoy me despido de ti que envidias mis días porque no has compartido ninguna de mis noches. Que te subiste conmigo al huracán para columpiarnos en los sueños que habitan en el horizonte sin darnos cuenta de que la silueta de la utopía es nuestra sombra. De ti, que no vendiste la dignidad en el oráculo a cambio de un amuleto que te garantizaba unas vacaciones con el Imserso, dos palmaditas de feliz cumpleaños y una medalla al honor desconocido.

Hoy me despido de ti que siempre llevas chicles de menta porque te encantan los de fresa. De ti que regalas sentimientos sin pararte a envolverlos y que guardas tus besos para esa promesa que te olvidó antes de que pudieras pronunciarla.

Hoy me despido de ti y de mí.

Hoy me despido. 


Los que leen con los ojos secos

nunca entenderán ni la lluvia

ni los versos mojados.

                                                              
                                                                                                 Mariano Crespo Mártinez

miércoles, 23 de enero de 2013

Nostalgia


Siento nostalgia de aquellos árboles que se elevaban para tocar el cielo. Nostalgia de las nubes que usábamos como escarcha para enfriar los vasos. O los sentimientos. O ambas cosas. O ninguna si nos acogía a deshora la fortuna de cualquiera de tus besos.

En la calle intercambiábamos sueños que por muy soñados nunca dejabas de estrenar como nuevos. Y la primavera nos sorprendía de madrugada, terminando una copa mientras las polillas nos enseñaban a jugar con la vida en la única farola de un barrio que ya nos pilla demasiado lejos. De fondo siempre una canción o un poeta maldito que nos hablaba de un señor llamado amor eterno. Unos existían con Sartre, otros con Camus, y todos con El Capitán Trueno, por mucho que la escoba de tu madre se negara a salir a la terraza para entablar más duelos. Libertad no era una palabra, ni honradez un adoquín que guardabas en el bolsillo desde el 68. La mañana comenzaba a mediodía y el atardecer se recostaba con pereza en tu cuello.

Siento nostalgia de aquellos gatos azules y de estos perros.

Siento nostalgia de conocer al enemigo, y de su cuchillada esquivada a tiempo. De no necesitar trincheras para esconderte de sus anhelos, de correr por el calendario a pecho descubierto sabiendo que sólo un mes de mayo con ojos turbios podía robarte el aliento.

Siento nostalgia de las lágrimas embotelladas que aguardaban con paciencia su turno para decir adiós a los recuerdos. Una por ti, dos por mí y tres por ellos, miserables que pretenden robarnos la luna y que cada día se inventan un cuento.

Siento nostalgia.


lunes, 21 de enero de 2013




Regala lo que más deseas recibir. 
                                    

                                               R. Sharma

domingo, 20 de enero de 2013

Los Amantes Y Facebook


Ignoraba los motivos que la llevaron a involucrarse en la historia. Quizá fuera por aquella mirada de admiración que se encontró resbalando por el espejo del ascensor, mirada que él se apresuró a esconder con timidez cuando se sintió descubierto. O tal vez que días más tarde se le había agregado como amigo en facebook y sin pretenderlo, ya que sólo lo usaba para hacer bromas con las amigas, se sorprendió con la necesidad de volver  a casa para ver que había colgado esa tarde en el muro. Mientras preparaba la cena sonreía recordando los chistes, o repetía en voz baja la frase que había adjuntado a una imagen de ensueño. El caso es que desde entonces, sin precisar grandes cambios, su vida había dado un giro insospechado. Ya no se sentía invisible. Alguien la miraba, la deseaba, pensaba en ella.
La historia se precipitó una tarde que salió pronto del trabajo. Un encuentro casual, un saludo embarazoso, un roce que se convirtió en caricia y unos labios que se negaron a separarse a pesar de haber llegado al punto de destino.
Habían pasado dos meses y suspiraba de felicidad con cada minuto que acariciaba a su lado. Apenas un pequeño nubarrón enturbiaba la alegría de sus encuentros: la idea de que su marido se enterase. Pero ahora sentía en su corazón la fuerza de saberse protagonista de su vida, y no iba a permitir que la culpabilidad la relegara al ingrato papel secundario en el que había vivido hasta que se atrevió a conocerle.      

viernes, 18 de enero de 2013

La Playa y El Sueño


Apoyé la nuca en la almohada y me fijé en las líneas pálidas que desde la ventana horadaban la oscuridad de la habitación. Ella dormía plácidamente. Su respiración llegaba hasta mí con claridad; era como un suspiro alegre que se ocultaba tras el silencio durante un instante para volver a nacer con la misma intensidad. Me propuse indagar y adentrarme en el sueño que mantenía la intermitencia de sus suspiros y, siendo conocedor de sus gustos, rápidamente me imaginé su cuerpo bronceándose en una playa, una playa desierta de historias en donde podríamos fabular con nuestros deseos más ocultos. Recordé una fotografía que tiempo atrás había visto en una agencia de viajes. En ella, las palmeras saludaban con descaro a las olas que cercaban sus troncos en la pleamar. Alrededor de la espesa vegetación nadie te hacía participe de su felicidad, por lo que, evidentemente, la soledad del paraje  lo convertía en el sitio idóneo para vivir cualquier tipo de aventura.
                              Ella yacía en la arena, que se adhería a su cuerpo con evidente cariño, no en vano era una mujer generosa en el termino más carnal que se le pueda añadir a la palabra, y yo la observaba fijándome en el contorno que aplastaban sus muslos sobre la brillante superficie. De repente un ruido llamó mi atención; del agua emergía otra mujer, su piel negra ofrecía cientos de destellos en los que el sol se entretenía con capricho. Me miró con una amplia sonrisa que llegó a sonrojarme, todo hay que decirlo, invitándome a esa clase de placeres furtivos que jamás deben realizarse delante de tu propia esposa por muy oronda que sea y, sinceramente,  la mía lo era. Deseché la idea con educación e intenté concentrarme en su cuerpo dormido. Ahora la arena ocultaba parte de sus piernas cubriéndolas con ligeras costras amarillentas, misión difícil para esas minúsculas partículas dado el desmesurado tamaño que regalaba a cualquier pupila distraída la circunferencia de sus muslos.
                    La tentación continuaba a escasos metros de mí,  se acariciaba con suavidad pretendiendo desprenderse de las últimas gotas. Sus pechos erguidos desafiaban con insolencia a la gravedad y yo, viendo como la humedad se deslizaba por su cuello negándose a abandonarla, sentí que algo en mí también se deslizaba hacia su propio sueño. Mi mujer, medio sepultada, seguía entregada a la inconsciencia y más que respirar, roncaba.
                              Siempre he odiado que alguien ronque a mi lado, ese gruñido, que se acompaña de un ligero silbido para subrayar su tranquilidad y apartarte miserablemente de su lado, impide que me concentre en cualquier tarea. No obstante, cuando la autora de esa sinfonía desagradable es tu mujer, debes escucharla con cierta comprensión. En esos casos yo suelo establecer pautas que me ayudan a soportarlo. Por ejemplo: comparo el ruido con ciertas melodías que me son afines. Mi mujer emitía un sonido que podría compararse con el bolero de Rabel, continuo, monocorde, aburrido. Mientras buscaba la comprensión necesaria para obviar sus rugidos volví a mirar hacia la lujuria. Sus caderas habían iniciado un baile obsceno realmente encantador. Todo su cuerpo giraba frenéticamente al tiempo que lanzaba sus brazos hacia mí rogando que me refugiara en ellos. Pero en sus movimientos había algo extraño que comenzó a inquietarme. La escena no era tan perfecta como cabría esperar, algo ajeno a mis deseos la distorsionaba cruelmente. Por fin logré descubrí lo que ocurría. El ritmo que marcaba mi mujer con sus graznidos, no sólo no acentuaba la danza  sino que la entorpecía dificultando su belleza. Entonces me di cuenta de que a mí nunca me había gustado el bolero de Rabel y de que era inútil seguir buscando comprensión para sus ronquidos porque, en bañador, es imposible encontrar algo en los bolsillos.
                            Observé a  mi mujer con cierta tristeza y  decidí enterrarla del todo. Siempre he sido débil para el vicio y no sería correcto dejar de serlo ante la atractiva perspectiva que me aguardaba. La labor fue ardua, sus cien kilos necesitaban mucha arena para dejar de ofender a un mundo anoréxico, pero reconozco que el trabajo era recompensado por la idea de poseer aquellos labios que vibraban con el anuncio de mis futuros besos. Cuando acabé de cubrirla, giré exhausto hacia la promesa de mi sueño y... ¡la chica había desaparecido! Empujado por una irrefrenable lascivia corrí  por las dunas, por el agua, entre las palmeras...  ni siquiera hallé el rastro de uno de sus pies, ni siquiera el leve rumor que creaban sus brazos con la brisa.  Me encontraba solo en aquella playa que ahora se cernía sobre mí como un aterrador infierno.
                            Jamás he sido un hombre afortunado en mis encuentros sexuales. Mi mujer solía decirme... ¿Mi mujer? Aún había una posibilidad de espantar la soledad. Luché por desenterrarla. Sí, de acuerdo, era gorda y roncaba, pero ¡coño era mía! Y además, todas las noches me daba un beso.
                             Excavé en la arena denodadamente, rezando por volver a deleitarme con el dulce sonido de su respiración y que yo, en un momento de ofuscación, había confundido con unos desagradables ronquidos; pero por desgracia no conseguía encontrar su cuerpo. La gente realiza esfuerzos sobrehumanos para perder unos kilos, y yo acababa de perder cien en unos pocos segundos. Maldije mi mala suerte hasta que unas risas me golpearon con saña en los tímpanos. Era ella, mi esposa, y por cierto, juraría que había adelgazado sospechosamente. Hacía el amor con un escultural mulato al que jaleaba como nunca había hecho conmigo. Su cuerpo se rompía en giros voluptuosos, en escorzos de placer. Indudablemente había adelgazado, sería imposible que realizara tales movimientos con los kilos que dejaba en mis manos cuando hacíamos uso del matrimonio. Sentí una sensación de fracaso que me hundió los hombros, no sólo porque hiciera con otro hombre lo que nunca había hecho conmigo, sino porque estaba convencido de que había adelgazado para él. Yo debía aburrirla tanto que no le importaba ofrecerme su cuerpo saturado de grasas.  De su boca comenzaron a salir tales alabanzas que la mía se llenó de un líquido agrio y espeso que apenas podía escupir. Detrás de mí, un negro gigante me miraba con fruición. Cuando sentí sus manos aferrándose por detrás a mis hombros, comprendí que ya era demasiado tarde para huir de un sueño ajeno, y que es muy peligroso adentrarse en sueños que no nos pertenecen. Perdonen. Voy a intentar relajarme.

                                                                                             
                                                  

miércoles, 16 de enero de 2013


               El verdadero amigo es aquél

                       que está a tu lado

             cuando preferiría estar en otra parte.
                                                       
                          
                                                                             L. Wein

lunes, 14 de enero de 2013


                 Nadie envejece por vivir años,

                 sino por abandonar sus ideales.

          Eres tan joven como lo sea tu confianza,

                              tu esperanza.

                Eres tan viejo como tu temor,  

                                tus dudas,

                            tu desesperanza.                                  
                                          
                                                                        D. MacArthur

sábado, 12 de enero de 2013

Dos Letras Y Un Amor


Eran tiempos difíciles. El desamor había extendido los sutiles tentáculos del conformismo y ya nadie ansiaba enamorarse por temor a sufrir en los caminos que el amor proyectaba; la gente se comprometía sólo en relaciones de conveniencia: más o menos la misma posición social, los mismos ideales, un trabajo seguro, y cierta unanimidad con la aburrida idea de que la vida es una balsa que navega por un mar de años y que cuanto menos se agite, más tranquilos recorreremos los olas que diariamente nos envían hacia el futuro. Pero he aquí, que dos simples letras, una insignificante vocal y una arrogante consonante, iban a rebelarse contra el poder establecido. ¿Sorprendidos? Esperad a leer la historia porque en este momento acaba de comenzar.
                                 
                                  Érase una vez una  simpática y traviesa “a”, que formaba palabras con demasiada alegría para opinión de ciertas mayúsculas. No la perdonaban que se escapara por la noche de ciertas frases, dejándolas sin un significado claro: Me voy – dormir – l- c-m- que tengo sueño.
-. ¿Dónde está la “a”?- Protestó la siempre Mayestática   “M”.
-. Si se entera de que queremos dormir huye, pero seguro que vuelve con el amanecer – contestó la “e”, que era su amigo más cercano, intentando excusarle.
                                  Pero la “a” corría ya desenfrenadamente por el abecedario en busca de alguna aventura que le permitiera cumplir su sueño: Formar una palabra nueva.
                          Lo que no esperaba es que tras esquivar a una educada “P”, que paseaba aprovechando la clara noche estival, se iba a topar de frente con una preciosa “Z”. Nuestra pequeña “a” frenó en seco su carrera. Las estilizadas líneas de la “Z” le habían dejado sin respiración. Bueno, las estilizadas líneas y la fatiga por recorrerse veintisiete letras en apenas 5 segundos. Los entendidos como “¡Brrmmm!” aseguraron que había conseguido un nuevo record, puesto que “Rápido” tenía la anterior marca en 5’5 segundos. Pero “Rápido” alegó que no había sido cronometrado oficialmente y que él seguía teniendo el record del abecedario. Como esta historia no viene al caso seguiremos con la nuestra.
                 
                                   La “a” se atusó el pelo, escaso ya en una vocal de su edad y sus muchas líneas, y se acercó descuidadamente a la “Z”.

-. Hola.- Saludó con su voz más seductora - ¿Hemos formado alguna palabra antes?
-. Me parece que no.- Contestó la “Z” con cierta simpatía pero con un deje de altivez innato en una consonante.
-. Pues claro que no, si la hubiéramos formado, no me habrías olvidado.- “Z” no pudo evitar una sonrisa ante el descaro de la vocal, gesto que acrecentó a nuestro personaje hasta convertirlo momentáneamente en una A mayúscula.- ¿Y no te gustaría que la formásemos?
-. ¿No vas demasiado deprisa?
-. Si llevaras esperándome toda la vida como yo a ti, no te lo parecería.
-. Eso se lo dirás a todas las consonantes.
-. No lo niego, pero a ti te lo digo con el corazón.
            
                        “Z” se giró hacia “a” sin saber que decir. Era una vocal, había formado muchas palabras antes de llegar a ella, su relación no le convenía, pero había algo en sus ojos que le impedía marcharse.

-. ¿Y qué palabra formaríamos?- La pregunta salió sin querer de su boca.
-. Por ejemplo: Azahar. Huele tan bien como tú, aunque sus pétalos no son tan maravillosos como tus ojos.- “Z” sintió unas manos en su cintura y contuvo la respiración.- También podríamos formar Azabache, negra como la noche y brillante como tu piel; garza, estilizada como tus andares; o algo más ligero como: Zas. Pero una palabra tan corta nos obligaría a separarnos demasiado pronto y me impediría besarte.
-. ¿Quién te ha dicho que me vas a besar?
-. Tus labios. Me acaban de susurrar que han nacido para acariciar los míos.
                          “Z” no escuchó nada más; pero su elegante cuerpo zozobró cuando esas palabras le descubrieron paraísos desconocidos para ella.

                                  Al volver esa noche a casa, tenía la mirada perdida en un sueño que acababa de iniciar su andadura.
-. ¿Te ocurre algo, hija?- Le preguntó “X”, su madre, preocupada siempre por la felicidad de los suyos.- Te noto rara.
-. Mamá, he conocido a una vocal, si vieras lo simpática que es, estaba paseando y...
-. ¿¡Una Vocal!?- “W” como padre responsable que era no pudo evitar el grito.
-. Sí.- dijo “Z” un poco asustada.- Pero es muy buena, y me ha tratado con mucho cari...
-. Hija,-cortó la madre antes de que se le escapara algún comentario inconveniente- lo mejor es que te alejes de ella. Las vocales son vividoras, no paran de formar palabras. Tú debes buscar algo de tu estilo, por ejemplo la “Y”, siempre está a tu lado y acompaña con mucha educación a todas las frases.
-. Sí, mamá, pero...
-. Hija no te das cuenta de que os separan veinticinco letras.
-. ¡Y además es una vocal!- Insistió el padre frunciendo el ceño y dando por terminada la incipiente discusión.

                            “Azahar”, “Azahar”, ni la fragancia de la palabra, ni el recuerdo de sus risas dejaron dormir esa noche a “Z”.
                             Mientras tanto “a” volvía a casa más feliz que si hubiera formado la palabra Navidad. Esquivó a una “t” y estuvo a punto de tirarle el sombrero; se unió a una “L” y tararearon una vieja canción de los sesenta; se rió con una “j”; y formó la palabra amor para dos “ces” que caminaban muy acarameladas.

-. E, e, e. Despierta.- Golpeó en la espalda a su amigo con premura.- Necesito contarte una cosa
-. Tengo sueño, ya me lo contarás mañana.- Respondió “e” con un bostezo dibujado en la boca.
-. Imposible, mañana ya será tarde.
-. Por cierto, tienes a “M” muy enfadada por haberte larga...
-. ¡Me he enamorado!
                            “e” se quedó con la frase resbalando por la comisura de los labios.
-. ¿Otra vez?- Preguntó con un toque de aburrimiento.
-. No, otra vez no. Esta es la única vez. Si la vieras, tiene la mirada más profunda que el océano, los labios más dulces que el rocío de la mañana, la piel más delicada que...
-. Los pétalos de una orquídea.- Dijo “e” para terminar la frase.
-. ¿La conoces?- Preguntó asombrado de que supiera su definición.
-. Siempre es igual “a”. ¿Quién es?
-. Es ella, mi compañera, mi amor, la letra que me hará zalamerías cada amanecer, que zancajeará conmigo por el diccionario, que compartirá la felicidad que se zafará de nuestras risas, que arañará la escarcha...
-. Déjate de rollos cursis, ¿quién es?
-. “Z”.- Contestó y su mirada retrocedió hasta llegar al instante en que el destino los había presentado, el instante en el que su cruce de miradas le había convencido de que se encontraba ante la letra de su vida.
-. ¡“Z”!.- Graznó “e” apartando de un golpe el edredón que le cubría.- ¿Estás loco? Jamás la dejarán que viva contigo, es de otra clase, apenas forma palabras.
-. Ella me ama como yo. Nadie podrá separarnos.
-. Escúchame “a”, ¿no has pensado que es una consonante y mayúscula?
-. ¿Y qué? No se aman príncipes y plebeyas, elfos y gnomos, sirenas y hombres, ¿Por qué lo nuestro ha de ser diferente? ¿No serás racista?
-. Sabes que no, pero piensa en las cosas que vas a dejar atrás.
-. Nada, no dejaré nada porque ella para mí lo es todo.
  
                        “Azahar”, “Azahar”, y esa noche, pronunciando la palabra que los había unido, “a” encontró sentido a su ajetreada vida.
                           Al día siguiente, cuando la luz apenas había desenrollado sus persianas para iluminar la mañana, “a” esperaba a “Z” en el mismo lugar en dónde sus ojos se habían amado por primera vez. Tenía todas las sonrisas del mundo brotando de su regordeta cara, y apretaba contra su pecho un ramillete de palabras que había unido para ofrecérselas a su letra: Azahar, Azucena, Azalea, Azabache. Todas ellas amarradas con una pluma de garza que les daba mucha prestancia.
                                  Pero cuando “Z” surgió titubeante, entre dos fornidas “Kas” que la escoltaban por orden de sus padres, “a” sintió que el aire le devolvía una vieja historia de prejuicios y errores, una historia escrita de infelicidades y conformismo, una historia enmarcada por el desamor que reinaba en aquella oscura época.
                                  En vano fueron sus suplicas, imploró a su amor, a la felicidad que les aguardaba detrás de cada frase que formaran juntos, a que sus labios jamás olvidarían sus primera palabras, a que los sueños sólo pertenecen a los enamorados; todo fue inútil. “a” incapaz de balbucear algo más ocurrente que un “siempre te querré”, dejó que toda la intolerancia del mundo se agrupara en sus espaldas y se sintió tan cansado, que apenas pudo sujetar el ramillete de palabras que había reunido, y que ahora, se deslizaban por el suelo. Azahar, Azucena, Azalea y Azabache se arrastraban penosamente por una acera gélida y distante, empujadas por los estúpidos vientos del conformismo.
                                  “Z” bajó la mirada en ese momento para observar como su sueño, Azahar, era pisoteado con indiferencia por otras palabras ajenas a sus sentimientos: obligación, deber, conformismo. Los pétalos se ennegrecieron de incomprensión y un lodo de rencor fue cubriendo el tallo palmo a palmo.
                                  Cuando levantó la cabeza “Y” estaba a su lado, respetuoso, educado, dispuesto a acompañarla a cualquier término, sin duda era el marido ideal para sus padres, lo que a ella le convenía. Pero a pesar de su proximidad, se sintió tan sola sin “a”, sin sueño, sin amor, que echó a correr con la esperanza de que no fuera demasiado tarde. “X” y “W” la llamaron consternados pero sus oídos estaban ocupados por una palabra: Azahar, Azahar, Azahar.
                                  No es imprescindible narraros que “Z” y “a” se encontraron unas líneas más allá, y que el abrazo que se dieron entró en el libro Guinnes por ser el abrazo que más amor desprendió en menos tiempo, pero si es necesario que os cuente que a partir de su huida hubo una conmoción en el abecedario.

                                  Sin lA “a” y lA “Z” lAs frAses empezAron A dudAr de su construcción. No cAbe dudA de que su pérdidA restAbA plenitud A todAs lAs demÁs. “X” y “W”, como pAdres ofendidos, dudAbAn en perdonAr lA locurA de su hijA, pero “Y”, zAherido en su orgullo, pregonAbA A los cuAtro vientos y A lAs cinco tormentAs, que hAbíA que respetAr su expulsión del AbecedArio pArA que no cundierA el ejemplo.
-. ¿¡Qué serÁ de lAs enciclopediAs si todos formAmos lAs pAlAbrAs que se nos AntojAn y con quien nos dA lA gAnA!? – ProtestAbA con rencor- AdemÁs, con lA “A” mAyúsculA nos ArreglAmos muy bien.

                                  El tiempo fue pAsAndo entre dimes y diretes, y el senAdo de lAs consonAntes no tuvo mÁs remedio que intervenir en el escÁndAlo. El presidente,  don “Ñ”, que erA unA letrA muy estimAdA por su pAtriotismo pero Algo hurAñA, les llAmó Al orden.
-. No podemos estAr mÁs tiempo sin lA “A” minúsculA por unA cuestión de orgullo. LA “A” mAyúsculA se encuentrA AgotAdA y hoy mismo me hA pedido lA bAjA. Y mÁs sAbiendo los últimos rumores que corren por el AlfAbeto.
Esto último lo comentó AtusÁndose lA cejA que le cubríA el rostro de lAdo A lAdo. “W” se tApó los oídos, no queríA escuchAr mÁs frivolidAdes, pero “X”, mÁs vAliente que él, no en vAno unA mAdre siempre es unA mAdre, dejó que “Ñ” se lo contara: hAbíAn sido Abuelos.
                                  Efectivamente, “Z” y “a” hAbíAn sido pAdres de unA hermosA zetillA, que correteAbA por entre lAs vocAles dispuestA A formAr pAlAbrAs divertidAs A lA menor oportunidAd; lA que mÁs le gustAbA erA: zAscAndil. Según los entendidos, hAbíA heredado lA bellezA de lA mAdre y lA simpAtíA del padre, restA decir que erA unA niñA Adorable.
                           TrAs oír esto, “X” no pudo resistir mÁs lA distAnciA que lA sepArAbA de su hijA y decidió pedirle que volvierA A cAsA cuAnto Antes. “W” se dejó llevAr por lA influenciA del senado y exclamó que si erA por el bien del AbecedArio, estAbA dispuesto A reanudAr lAs relAciones.
                                Cuenta la leyenda, que la pequeña brecha que “Z” y “a” abrieron con su amor, se fue agrandando hasta límites insospechados, y paulatinamente el abecedario se vio repleto de amor, bondad y tolerancia, a pesar de que, desde ese día, “Y” sólo quería tener tratos con las copulativas. Pero lo importante fue que el viejo desamor tuvo que emigrar a tierras más fértiles para sus arteros proyectos.

                                  Y colorín colorado este cuento se ha... Ah, se me olvidaba, si no crees que una “Z” y una “a” puedan enamorarse eternamente, sólo tienes que repetir sin tregua pero con calma la palabra “Azahar”, y cuando sientas el calor de... bueno, pero ésta ya es otra historia.





                                           







viernes, 11 de enero de 2013


Estoy tan solo
    
        como este gato,
        
               y mucho más solo
               
                      porque yo lo sé
                     
                                        y él no.
                               
                                                                      J. CORTAZAR

miércoles, 9 de enero de 2013

Bailando


Ruedas, giras, el aire, amante invisible, te abraza, arremolinado sobre el eje de tu movimiento. La belleza conspira con las formas de tu cuerpo. Te esbozas, te difuminas y vuelves a dibujarte, las estampas se perfilan, se desvanecen y resurgen aún más puras, limpias, pulidas. La música se cuela entre tus dedos que dispersan las notas por el espacio con un elegante gesto de suave autoridad. Cadencia, ritmo, armonía, vuelas ingrávida del lugar preciso al punto exacto, hipnotiza, embriaga…siento, se eriza la piel de mi corazón y mis ojos se rinden, hechizados, deseando lo imposible, que no te detengas nunca.
                                                           
                                                                                                      J.A. LÓPEZ SELFA

lunes, 7 de enero de 2013

La Tentación Del Apalabrado


Estaba aburrida, no sabía si depilarme las cejas o dejármelas a lo Groucho Marx. La alarma del móvil me hizo dejar las pinzas con desgana, mi hermana había escrito una palabra de siete letras en el Apalabrado: tediosa. No lo dudé, utilizando la d escribí: odio. No era la palabra que me garantizaba más puntos pero sí la que reflejaba fielmente mis sentimientos en aquella tarde tan tediosa como mi vida. Odiaba a mi hermana por ganarme siempre, odiaba mis cejas de banda ancha, y odiaba una soledad que, en lugar de estimularme, reducía mis sentimientos al significado de aquellas cuatro letras. Por la ventana se coló el estruendo de una pelea. Dos conductores se insultaban con saña por una deseada plaza de aparcamiento que observaba con indiferencia cómo se pegaban por ella. El mundo está loco –pensé– todo  el mundo se odia, como yo. El móvil volvió a sonar. Cristina había aprovechado mi odio para pluralizarlo y escribir: aislada. Siete letras, triple de palabra, y un “la madre que te parió” que mascullé contra la pantalla. Lluvia, comencé a colocar con la lógica apatía que produce una partida perdida desde mucho antes de comenzarla.
Una ráfaga de viento y agua golpeó en los cristales. El ruido me sobresaltó, dejé el móvil en la mesa y me acerqué a la ventana. La lluvia torrencial había expulsado a toda la gente de la calle, incluso a los matones. La alcantarilla a duras penas conseguía achicar el arroyo que se había formado en la cuesta. En verano, las tormentas suelen ser… ¡Un momento! En el cielo no había nubes. ¿Cómo podía llover de ese modo? La alarma volvió a sonar pero esta vez no me apresuré a cogerlo. Mi cabeza giró consecutivamente del móvil al cielo huérfano de nubes. ¿Me estaba volviendo loca?
Me aproximé al teléfono hasta alcanzar el juego con la vista, sin atreverme a tocar el aparato. Mi hermana había escrito: sueña. Me puse tan nerviosa que ni siquiera la maldecí por colocar la ñ en triple de letra. Debía escoger con mis fichas una palabra que me sacara de aquella paranoia. F… a… t…n… e…l…e… repetí las letras varias veces a pesar del aturdimiento. ¡Elefante! No sólo colocaba las siete letras usando su “e”, sino que además era imposible que un animal de esas características… que un animal de… ¿Qué? ¿Qué estaba ocurriendo? Había dejado de llover pero a través de la ventana se filtraba el sonido de multitud de sirenas. Corrí hacia ella y… ¡Joder! ¡No! No, no, no. ¡Aaaah! Un elefante subía por la calle seguido por su domador, por la policía y un par de ambulancias. Se había escapado del Circo Mundial de la Vaguada. No puede ser. ¡No puede ser! Es una coincidencia. Un producto de mi imaginación, como el coche que se ha empotrado contra el autobús por evitar al paquidermo. Tenía que relajarme, dejar mi mente en blanco, olvidarme del… Esta vez la alarma del móvil perforó mis tímpanos con crueldad. Era un sonido macabro, lúgubre, como el de las trompetas del apocalipsis. ¿Qué habría puesto mi hermana? O lo que es peor, ¿Qué iba a poner yo a continuación?
Cristina había colocado: vecino. Era imposible prolongar aquél desvarío. Mis fichas eran todas consonantes y no podía formar ninguna palabra salvo un monosílabo: mi. Cuando sonó el timbre de la puerta estaba en la cocina bebiendo un poco de agua para calmarme. Era Alejandro, mi vecino, con esa barba de dos días que le ensombrecía las mejillas pero que era incapaz de ensombrecer mis deseos. Quería devolverme un libro que le había prestado y aunque iba con prisa le convencí para que pasara un segundo. Mientras me contaba el lío que se había montado en la calle con un elefante, el móvil comenzó a vibrarme en la mano avisándome de que Cristina había colocado otra palabra. ¡No! Me negué con rotundidad a la primera idea que se me cruzó por la cabeza. Venía del gimnasio y una mancha le oscurecía la camiseta a la altura del pecho. ¡No! También me negué a la segunda, que en realidad era la misma pero más sofisticada. Estaba deseando subir a su casa para darse una ducha y entre risas le propuse que se duchara en la mía. ¡Qué sonrisa más bonita tenía el condenado! Su dentista se merecía un nobel. Mi hermana había colocado: eterno; al mirar de reojo mis fichas sentí un escalofrío que congeló la risa de Alejandro en una mueca. ¡Hasta las muecas tenía bonitas! Le pedí que aguardara un minuto y me fui a la habitación. Podía colocar: ámame. Pero, ¿podía jugar así con sus sentimientos? ¡Sí! ¡Sí que podía! Lo que no podía era negarme a la misma tentación tres veces, que eso ya lo hizo un apóstol. En cuanto subí las fichas al tablero Alejandro irrumpió en la habitación y prácticamente se arrancó la camiseta.
.- Te quiero. –Dijo  con el aliento entrecortado abalanzándose contra mi cuerpo.
.- ¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! –Le corté esquivando un beso– ¿Quién te has creído que soy? Ni siquiera me has pedido una cita, ¿Tú crees que yo me acuesto con todos los vecinos? Sube a tu casa y date una ducha. Cuando estés más sereno me llamas y hablamos.
Recogió la camiseta del suelo y arrastró los pies hasta la puerta. Cuando oí el ruido del ascensor estrellé el móvil contra la pared para que ninguna palabra nueva pudiera modificar nuestro destino. Solté un grito de felicidad, y luego otro, y después otro, hasta que fueron apagados por una duda terrible. ¿Si había roto el móvil cómo me iba a llamar?          

domingo, 6 de enero de 2013


Nunca temas a las sombras.

         Sólo constituyen el indicio 

                   de que en algún lugar cercano

                              hay una luz resplandeciente.
                                                                             
                              R. Renkel.

viernes, 4 de enero de 2013

Sin Palabras


Se encontraba corrigiendo el último capítulo de la novela cuando sus ojos quedaron hipnotizados por la pantalla del ordenador. Los primeros en desaparecer fueron los nombres, poco después los adjetivos cejaron en su empeño de expresar cualidades, segundos más tarde los adverbios permitieron que los verbos transitaran por las líneas en la más terrible soledad: la soledad del verbo. Al segundo parpadeo, lo único que no se había volatizado de los folios informáticos eran los signos de puntuación. Las comas se evaporaron con cierto movimiento anárquico en su distribución; el punto y coma estaba acostumbrado al olvido y se fue sin rechistar; los signos de admiración se sintieron humillados por enfatizar el vacío y salieron disparados como cohetes; los puntos formaron una línea interminable que se vio frenada por las interrogaciones, siempre indecisas, siempre preguntando, siempre sin respuestas.
Entonces giró su cabeza hacia la derecha y allí estaba ella. Recostada sobre su memoria, ausente de su amor, negándole cualquier sentimiento de alegría. Y lo comprendió todo. Apagó el ordenador y salió a la calle a respirar un aire que no le envolviera con sus recuerdos.

Nunca podría escribir nada que no fuera para ella. Su amor no sólo le había requisado el presente y la posibilidad de imaginarse un futuro, le había robado hasta sus propias palabras.    

jueves, 3 de enero de 2013


El tiempo es muy lento para los que esperan,

muy rápido para los que tienen miedo,

muy largo para los que se lamentan,

y muy corto para los que festejan.

Y para los que aman...

           para los que aman, el tiempo es eternidad.
                
W. Shakespeare.

martes, 1 de enero de 2013


Tu enfermedad está en ti, aunque no la veas.

Tu remedio vendrá de ti, aunque no lo sepas.

Crees que eres un pequeño cuerpo,

pero en ti, se esconde entero el universo.

                                                        Bahai al-Amali